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lunes, 8 de julio de 2013

Semana 21 y el nombre de la cigota

No estaba muerta, no, estaba haciendo rentas... aunque por suerte ya se han acabado. La felicidad no me ha durado mucho, que los impuestos sobre sociedades, el segundo trimestre y las dichosas cuentas anuales están a la vuelta de la esquina, pero ya se vuelve a ver de qué color es la mesa y la sala de espera vuelve a ser lo que era, que no es poco. Y lo más importante: ya se ve la luz al final del túnel en forma de jornada de verano, que es lo más parecido a la buena vida que se puede tener trabajando en verano y como vivir dos días en uno.

La nena va creciendo a pasos agigantados, casi tanto como mi panza. Aunque la aplicación del móvil dice que debería pesar unos 360 gramos, la cruda realidad es que pesa 400 gramos y mide 22 centímetros. La información de primera mano me la ha dado el ecógrafo de viva voz(o como se llame el médico que hace las ecografías) e incluso hemos visto a la nena en 3D el arte que se da para patalear (pronto empieza) y para chuparse las manos como si no hubiera mañana. Parece increíble que sea ya una mini-personita con todos sus órganos y sus huesecillos bien formados, con tan sólo 5 meses de gestación. Según el señor médico, el nivel de desarrollo es el que tiene que tener, ni más ni menos, así que todo bien por ese lado. Otra cosa es que al final me salga una gigantoniña del uno, y a ver qué hago yo con las monisitudes de la talla 0 que ha comprado la abuela. 

La otra buena noticia que nos ha dado el ecógrafo es que sigue siendo una niña, que a estas alturas entre todos ya habían conseguido que me planteara yo la fiabilidad del "parece una niña" de hace dos meses. Que si los ecógrafos se equivocan, que si a lo mejor no se le veía bien el pitilín pero es un niño... que si bla bla bla. Es una niña y punto, así que sigo con mi plan de llevarla de rosa y hacerla coletas cuando tenga pelo suficiente. Eso sí, sigue sin tener nombre y parece que a cuenta del padre va a seguir así hasta el día de inscribirla en registro civil. Mi lista de nombres quedó reducida a menos de la mitad de un plumazo y de ahí se quedó en dos posibles nombres que en principio nos gustaban a los dos: Claudia y Alicia. Para mi sorpresa, algo ha debido pasar a lo largo de las últimas semanas porque ahora el padre de la criatura dice que Alicia ya no le gusta y que o bien la nena se llama Claudia ó le planta el nombre de Victoria sin pensarlo dos veces. Y Victoria vaya, pero por lo de Vicky no paso.

Reconozco que a estas alturas yo ya me había hecho a la idea de ponerle Alicia a la nena, que es un nombre poco oído últimamente y además me suena a mí muy dulce y muy mono. Lo de Claudia me gusta también, pero debe ser el nombre de moda y vayas donde vayas ves Claudias a pares, así que eso me echa un poco para atrás. Ya se verá.

Desde la semana pasada ya noto que se mueve, aunque reconozco que al principio no tenía muy claro si era ella ó si eran gases traicioneros. La hora de irnos a dormir se está convirtiendo en un momento muy especial del día, porque cuando me tumbo noto mucho cómo se mueve y el papá novato aprovecha para poner la mano y esperar a ver si la da por hacer ballet en ese momento.

Por fin me he bajado del burro y este fin de semana vamos a empezar con los preparativos de las cosas de la nena. Lo único que tenemos de momento es el Bugaboo en el trastero y reconozco que me hace mucha ilusión sacarle para ver cómo es y también ir trayendo la cuna, la minicuna y todos esos bártulos que supondrán el inicio de la invasión de la casa. Ay.

sábado, 6 de julio de 2013

Berenjenas rellenas, las de toda la vida

Aquí vengo un día más con mis fotos, mi receta y toda la parafernalia dispuesta a descubrir las américas como si esto le fuera a sorprender a alguien ó como si de un nuevo capítulo de Masterchef se tratara.

El otro día, en un arranque de valentía y visto que las fotos del pisto no habían quedado mal, decidí documentar el cómo de estas berenjenas rellenas y para horror del padre de la criatura me metí en la cocina cámara en mano y con el trípode bajo el brazo. No es lo mismo hacer fotos a medida que vas cocinando cosas calientes que hacérselas a un inocente bizcocho, más que nada porque el margen de error es mucho menor y como te líes a sacar las fotos que si así o que si asá, tienes todas las papeletas para acabar comiendo en el Burger King más cercano. Al factor "date-prisa" hay que añadir que mi cocina es estrecha y larga como ella sola y que dependiendo del día, la luz de la terraza no llega a la zona de la mesa ni con recomendación así que en un alarde de valentía, utilicé mi focal fija de 50mm y casi tengo que subirme a los armarios para sacar la mitad de las fotos. En fin. Aquí os dejo con la receta que, si bien no tiene ningún misterio, está muy rica, incluye un montón de verduritas y tiene poca grasa de esa que se adosa rápidamente al flotador.





Lo primero es mezclar la carne con un diente de ajo picado en trocitos. Añade sal y, si tienes perejil, échale un poco también, pero en mi caso yo no tenía. Sofríe la carne en una sartén, pero tampoco te pases que si no luego entre la sartén y el horno puede quedar tipo suela de zapato.


Corta la berenjena por la mitad y hazle unos cortes alrededor y por el centro como los de la foto. Pon a cocer las berenjenas en agua con un poco de sal y déjalas ahí durante 20 minutos ó hasta que veas que están blanditas.


Mientras se va cociendo la berenjena, corta la cebolla y los pimientos en trozos chiquititos. Cuanto más chiquititos, mucho mejor. Una vez cortada la verdura, ponla a pochar en una sartén hasta que quede blandita y no te olvides de echar un poco de sal.


Mezcla la carne con tomate ó, si te atreves, con un buen chorretón de ketchup. Me confieso tomate-fan, pero para este plato prefiero el ketchup de aquí a Lima, aunque pueda parecer un poco marranada. Revuelve con garbo y añade las verduras pochadas.


Saca las berenjenas cocidas del agua y déjalas enfriar. Retira la carne del interior ayudándote de una cuchara y mézclala con el mejunje de carne y verduras pochadas. 


Una vez que tengas bien mezcladito el relleno, dispónlo dentro de las berenjenas vacías. Al principio parece que no va a caber todo, pero apretando un poco con la cuchara al final siempre cabe todo. Añade mozzarela rallada por encima y hornea un ratito hasta que se funda.


Et voilà, ya tienes terminada la receta de berenjenas rellenas de mi madre ó de todas las madres, no lo sé muy bien. La cuestión es que está muy buena y que si la preparo yo en un plis cámara de fotos incluida, lo hace cualquiera.

domingo, 16 de junio de 2013

Semana 18

Hoy comenzamos la semana 19. La aplicación del móvil dice que la nena ya es del tamaño de una naranja grande y pesa unos 240 gramos... ¡cómo crece! Supuestamente a partir de esta semana ya es capaz de hacer gestos como sonreír y fruncir el ceño, lo cual la va a resultar de una enorme utilidad porque estoy convencida de que a esta niña le gusta tan poco la renta como a su madre. Ya lo dice la tía novata.

Esta semana que hemos pasado se ha hecho bastante cuesta arriba pero el fin de semana lo está arreglando todo con creces. La vuelta al trabajo ha sido horrible. Cuando entré el lunes en mi despacho y vi las montañas de papeles sobre la mesa me dieron ganas de salir corriendo. Según nuestro sistema de trabajo, cada uno tiene sus propios clientes y responsabilidades, lo cual está muy bien porque cada cual tiene su propio terreno, pero me parece muy injusto que pretendan que haga ahora el trabajo que no he podido hacer durante mis tres semanas de baja (que no de vacaciones). La solución pasa por trabajar en casa horas y horas durante el fin de semana pero finalmente he decidido que este fin de semana me merecía tener tiempo para mí, para disfrutar del buen tiempo y de mi embarazo ahora que por fin me encuentro bien. Procuraré sacar tiempo de debajo de las piedras, pero eso será entre semana.

Por fin esta semana no me pasa nada, me encuentro estupendamente e incluso he pasado horas y horas sin acordarme del embarazo. Ya tengo mucha mejor cara y la panza sigue teniendo aproximadamente las mismas dimensiones que la semana pasada, lo cual está muy bien. Eso sí, del peso no se nada.

Me ha salido un sarpullido en la barriga que pica un montón y definitivamente creo que es alergia a la crema anti-estrias. Últimamente tengo la piel mucho más sensible que de costumbre y, aunque he cambiado de crema anti-estrias, el sarpullido seguía ahí y la única manera de deshacerme de él ha sido aplicar aloe vera directamente de una hoja de la gigantoplanta de mi madre... ¡mano de santo!

Por fin voy recuperando mi vida normal y anoche salimos a celebrarlo con una cena en uno de mis restaurantes favoritos del mundo mundial, el Cañadío. Esa ensalada de jamón y fuá me vuelve loca, qué le vamos a hacer ¡¡¡e incluso me tomé una copita de vino!!! que la ocasión lo merecía. Después de casi tres meses sin pisar la calle a más de las 9 de la noche se me había olvidado que independientemente de la hora a la que me acueste, los domingos es imposible para mí dormir más allá de las 9.

Ayer por la mañana por fin pudimos hacer una mini-excursión a la costa quebrada para estrenar el nuevo objetivo de Carlos, el 10-24 ¡¡¡y es increíble!!! Yo sigo con mi 50mm soldado a la cámara y me pasé toda la mañana haciendo fotos con una F de 3,2, así que me imagino que todas las fotos habrán salido desenfocadas... ¡¡¡pero lo bien que lo pasamos no me lo quita nadie!!!

Hoy hace sol, a ver si consigo que vayamos un ratito a la playa porque me muero por unos rayitos.

domingo, 9 de junio de 2013

Semana 17

Hoy comenzamos la semana 18. La aplicación del móvil dice que la nena pesa unos 200 gramos y que es ya del tamaño de una pera. No entiendo muy bien por qué esta semana es una pera si la semana pasada era una manzana, que me parece a mí que las manzanas suelen ser más grandes que las peras, pero bueno. Se supone que esta semana ya tiene los reflejos más desarrollados, que tiene hipo, bosteza y se mueve un montón, pero la matrona dice que hasta la semana 20 yo no notaré nada. Lo único que noto yo es que la barriga me crece a pasos agigantados, que el espejo lo dice bien claro y las camisetas cada vez me quedan más cortas.

Es curioso el tema barriguil. Al principio me creció la panza un montón y luego ha estado 2 o 3 semanas sin crecer apenas nada, pero esta semana de repente ha crecido otra vez. La matrona dice que me ha crecido 3 cm desde la última vez. Todos han notado lo que ha crecido, incluso mi madre que me ve todos los días... dice que el secreto es no mirarme la barriga cada día para notar lo que crece de una vez para otra. Carlos dice que también lo ha notado ¡y eso que sólo ha estado unos cuantos días fuera de casa!

Estos días que él no ha estado se me han hecho raros y sobre todo muy largos. Es un lio andar pensando qué hora será en Canadá y sobre todo es un rollo lo de notar la casa tan vacía, pero al final nos hemos arreglado bien con el whatsapp y los emails. Como además esta semana he seguido de baja, llegaba un momento en que ya no sabía ni qué hacer. Menos mal que Lorenzo nos ha dado una tregua de tres días y al menos he podido salir a pasear un poco porque tejer manta se hace bastante pesado y, además, ya se me están acabando las lanas ¡pero ya mide 65 cm! y está quedando preciosa. 

Después de tres semanas de baja, el viernes le pedí a la médica el alta. No me la quería dar hasta ver los resultados de los análisis que me van a hacer esta semana, pero yo ya me encuentro mucho mejor, así que al final me la dio con la condición de no ir a San Vicente y volver a pedir la baja si me vuelvo a encontrar mal. Lo de San Vicente ya lo había pensado yo, más que nada porque con los mareos que tengo a veces lo mismo tenemos un disgusto y siempre tengo la posibilidad de que me vayan trayendo documentación a la oficina de aquí. Trabajo no me va a faltar, que en plena campaña de Renta estoy convencida de que Alvaro, Rodrigo y Maria Jesús habrán estado tirándose de los pelos con su trabajo y además el mío... 

El lunes (mañana) ya vuelvo a trabajar otra vez. Nunca pensé que fuera a echar de menos el trabajo, pero la verdad es que ya tengo ganas de recuperar mi vida normal. Tengo el portátil del trabajo en casa y durante estos últimos días he ido haciendo cosas en los "ratos buenos" pero sólo de pensar en el mogollón de cosas que habrán pasado durante estas tres semanas se me ponen los pelos de punta.

Ya hemos pasado la fase en que no se sabía muy bien si la barriga era del embarazo ó de un atracón de donuts, así que ya puedo lucir panza sin complejos... ahora sólo falta que salga el solete y podamos rescatar algo de ropa de primavera. De momento con la ropa que tengo me voy arreglando y, aunque no es mucha, es suficiente. Los vaqueros de embarazada son el mejor invento del mundo mundial. Los que me compré en Asos me los pongo sin descanso, aunque a veces son un poco incómodos por lo baja que es la cinturilla. La parte de la goma se me ha dado un poco de sí y lo he tenido que arreglar con un imperdible, así que estoy intentando comprar unos de cintura alta (de los que tienen una especie de bolsa) pero no hay forma humana de dar con unos un poco chulos.

Estoy un poco enfadada con la matrona. Es maja la mujer y me ha contado que su ex-marido es un vecino del portal de al lado, pero yo creo que su peso anda mal. Según el mío he engordado 4 kg pero según el suyo he engordado 6 kilazos ¡nada más y nada menos!... no es que me haya reñido mucho, pero ahora me paso la vida comiendo cosas verdes y me remuerde la conciencia cuando como algo "ilegal"...

Por fin me hice las mechas californianas, y no han quedado del todo mal. Por fin tenemos el objetivo Nikkor 10-24 en casa (qué ganas de estrenarlo), ya nos pusieron las ventanas de la terraza de la cocina,  ya tengo puesta la lámpara del salón, Pilarín ha aprobado todo de sus estudios de auxiliar de clínica y la nena sigue sin tener nombre.

Lo dejo aquí. La semana que viene más.

jueves, 6 de junio de 2013

Formato RAW o JPEG, ¿cuál utilizo para mis fotos?

Si tienes una cámara de fotos réflex o digital de las denominadas de "gama alta" probablemente hayas leído por algún sitio que puedes utilizar el clásico formato JPEG u otro un poco más misterioso llamado RAW. Dicho así a lo loco, sin entrar en detalles ni grandes complicaciones, se puede decir que la diferencia entre ambos formatos es que, cuando tomas una foto en JPEG, la cámara hace un pequeño procesado y se queda con la información que mejor le parece a ella; mientras que cuando utilizas el formato RAW, la cámara almacena TODA la información que en ese momento recoge el sensor y la almacena así "en bruto". Cada formato tiene sus ventajas e inconvenientes, todo depende de para qué vayas a utilizar las fotos que has tomado, pero si hay una cosa clara es precisamente que la información es poder, y cuanto más tengas, más papeletas tendrás de que te quede una foto como está mandado.

Resumiendo muy mucho, las diferencias entre RAW y JPEG son las del siguiente cuadrito. Vamos a ver quién gana:


A estas alturas puede que estés pensando que usar el formato RAW sólo sirve para complicarte la existencia con postprocesados y programas raros pero, en mi modesta opinión, merece la pena meterse en ese jardín porque utilizando RAW es como realmente le vas a sacar la chicha a tu cámara y a lo que quieras fotografiar. Es cierto que el RAW presenta desventajas, pero son problemillas menores que se pueden solucionar en un pis-pas. Te cuento cómo lo hago yo:

  • Como las fotos en formato RAW ocupan más, tengo dos tarjetas de memoria para evitar quedarme sin espacio: la que uso habitualmente y una de repuesto, aunque rara vez hago tantas fotos como para necesitar las dos. De todos modos, procuro descargar las fotos cada vez que hago una "sesión" de tal forma que siempre tengo disponible el máximo espacio posible. También ocupan más espacio en el ordenador, lo cual soluciono (al menos en parte) eliminando sin compasión las fotos repetidas ó las que veo que directamente han salido mal
  • Para visualizar las fotos utilizo el programa Adobe Bridge. Este programa me permite seleccionar, eliminar, renombrar, apilar y clasificar las fotos a medida que las voy viendo y de una forma muy intuitiva. Además tiene una ventaja muy grande y es que con un solo click puedo abrir la foto directamente en Adobe Photoshop, que es el programa que utilizo para  revelar y retocar
  • El revelado de las fotos lo hago en Adobe Photoshop utilizando un plugin ESPECTACULAR llamado Camera RAW. Es sencillo de utilizar, muy intuitivo y ofrece unos resultados tan buenos que en la mayoría de las ocasiones no necesito aplicar ningún retoque con Photoshop
No todo es blanco ni negro y cada uno de los dos formatos tiene sus ventajas, así que lo ideal sería utilizar el más adecuado en cada momento. El formato JPEG puede ser interesante en situaciones concretas, como por ejemplo si necesitas compartir rápidamente las fotos tomadas (sin tiempo para revelados ni historias), si dispones de poco espacio en la tarjeta de memoria ó si sabes de antemano que no vas a dedicar ni un minuto al procesado de esas fotos. En cambio, es recomendable utilizar RAW para hacer fotos a las que luego les vayas a hacer un poco más de caso. Si te vas de viaje, por ejemplo, puedes hace tus fotos familiares en JPEG y utilizar RAW para otras más artísticas que quieras utilizar en tu blog, web ó tablón de Flickr. Si te vas de barbacoa con los amigos, mejor utiliza JPEG para poder compartirlas rápidamente en tu muro de Facebook. Si vas a fotografiar las chaquetitas de punto que tejes con tanto esmero para colgarlas en tu web, utiliza RAW y haz todo lo posible porque queden perfectas a la hora del procesado.

Quizá la parte más latosa sea precisamente la de hacerse con los programas, porque no siempre es sencillo descargárselos en plan pirata y crackear las claves con éxito. Si eres un manitas con esto de los ordenadores estás de suerte y si no, siempre podrás echar mano de algún amiguete ó familiar apañado que te ayude en el trance. No es para tanto. 

lunes, 3 de junio de 2013

Pisto del rico

Comer es uno de mis deportes favoritos, no me da verguenza confesarlo, así que estos meses de suplicio en forma de ardores, náuseas, vómitos y demás familia han supuesto una auténtica tortura china no sólo por el malestar en sí sino por la privación de disfurte en sí misma. No sé si me explico.

No sólo se trata de estar hecha un trapo y de elegir con sumo cuidado cada cosa que te metes en la boquita de piñón, sino que lo peor viene cuando los demás comen su comida normal y tú miras como si de un gran manjar se tratase. Ay, quién pillara unos buenos bocartes....


Como en casa somos sólo dos y la que cocino soy yo, pues no hay problemas a la hora de comer. Si hay que comer verduras, se comen verduras y punto. El pisto es uno de los habituales en nuestra mesa y  a los dos nos encanta. Con esta receta sé que no descubro nada del otro mundo, pero por si acaso yo la he documentado lo mejor posible no vaya a ser que a alguien le entren ganas de cocinar verduritas de una forma sencilla, rápida y la mar de económica... ¿quién da más?


Lo primero es cortar la cebolla y los pimientos en trocitos chiquititos. Un buen cuchillo bien afilado es imprescindible. Una vez cortadas, ponlas a pochar en una sartén a fuego lento con un poco de sal.


Mientras se van pochando las verduras, pon el tomate a calentar. Yo normalmente quito la mitad del jugo que viene en la lata y dejo sólamente los tomates con la otra mitad del jugo. Pon el tomate a calentar a fuego lento y, cuando veas que hace chip-chup, es hora de cortar los tomates enteros en trocitos. Una vez cortados, añade sal y una cucharadita de azúcar para quitar el amargor. Deja que el tomate se haga durante unos 15 minutos más.


Corta el calabacín en trocitos pequeños y añádeselo a las verduras cuando veas que están ya un poco pochaditas. Déjalo ahí otro rato a fuego lento.


Añade el tomate a las verduras y deja que se cocine todo junto un ratito más. Cuando veas que todas las verduras están bien pochaditas y que el calabacín está blandito, ya puedes servir.


Es un plato muy sencillo de hacer y que yo suelo cocinar los sábados. La mitad del trabajo consiste en esperar a que las verduras se vayan pechando, así que entre tanto suelo aprovechar para hacer tareas domésticas ineludibles como poner la lavadora, recoger el lavavajillas, hacer la lista de la compra... seguro que te suena...

martes, 28 de mayo de 2013

La ginecóloga

Hay quien se embaraza con conocimiento de causa y quien lo hace así a lo loco, imaginándose un retoño ideal como los de los anuncios de la tele y creyéndose que esto del embarazo va a ser un camino de rosas plagado de mimos, carantoñas y antojos. Reconozco que cuando empezó todo esto yo era de esta categoría, de las ilusas.

Cuando supe que estaba embarazada pedí cita a una ginecóloga que en principio era estupenda, pero a la que yo no conocía de nada. Craso error. No me sorprendió demasiado que me diera cita para tres semanas más tarde, que esto de los ginecólogos es un negocio boyante y pueden permitirse el lujo de darte cita cuando les de la gana, pero la hora ya me extrañó un poco más, porque eso de ir al médico a las 9 de la noche me sonó raro desde el principio.

Entretanto, como una es un culo inquieto, pedí cita con el médico de cabecera de la Seguridad Social más que nada para que conste en algún sitio el "detalle" del embarazo y que me den la baja maternal cuando me toque, que para eso cotizo puntualmente cada mes. De aquella consulta salí con una receta de ácido fólico y una cita con la comadrona tan sólo tres días después.

Visto que aún faltaban más de dos semanas para la visita a la ginecóloga, llegado el día en cuestión me presenté en la consulta de la matrona con mi madre y mi cara de no-sé-dónde-me-estoy-metiendo. Curiosa que es una. Después de 50 minutos de interrogatorio salí de allí con una cartilla de embarazo con un montón de cosas apuntadas, dos libros, unos cuantos consejos útiles, citas para pruebas de las que no había oído hablar jamás y la confianza en que todo saldría la mar de bien con aquella matrona tan maja y todas las atenciones que nos había dedicado a mi cigoto y a mí.

Ya tenía ganas de ir a la ginecóloga "de verdad" para ver qué más me contaba. El padre de la criatura vino conmigo esta vez y nada más entrar por la puerta, una enfermera al más puro estilo Jenny (con chicle incluido) nos dice que llevan un poco de retraso y que tendremos que esperar unas dos horas... ¿eh? ¿dos horas? ¡¡¡pero si son las 9 de la noche!!! ¿¿¿quieres decir que tenemos que estar aquí hasta las 11 esperando??? Una sala de espera atestada de gente sirvió como respuesta así que,  haciendo caso a los sabios consejos de la enfermera de medio pelo, nos vamos por donde hemos venido para hacer tiempo. Por suerte mis padres viven al final de la calle.

A las 11 de la noche, volvemos puntuales a la consulta y no tardan mucho en llamarnos a filas. Por fin conocemos a la famosa ginecóloga, que tras un par de astutas preguntas cae en la cuenta de que a lo mejor estoy embarazada. Me pregunto de qué valió la conversación que mantuve tres semanas atrás con la enfermera de medio pelo, pero no abro la boca.

A partir de ahí se suceden unos cuantos episodios que no merece la pena detallar, que bastante menoscavada quedó aquel día mi dignidad. Por fin me dejan recomponer mis vestiduras y sentarme como una persona normal y entonces comienza una breve (brevísima) entrevista en la que la astuta genecóloga se da cuenta de que he pasado ya por la consulta la matrona (pecado mortal) y, a partir de ese momento, pierde a mi juicio todo el interés y la profesionalidad. Ni atenciones, ni consejos y ni un poco de respeto siquiera, que creo yo que es lo mínimo que uno debe tener con los demás por muy médico que se sea. Aquella tía me espabiló sin más, sin pesarme siquiera para fingir que iba a hacerme el seguimiento del embarazo y con la firme convicción de que a esas alturas el especialista en ecografías ya no tendría citas disponibles para ver a mi bebé a las 12 semanas de gestación. Según ella, todo un desastre.

Ya me iba yo con un buen disgusto tras semejante experiencia cuando a la altura de la puerta me asalta la enfermera de medio pelo con un papel en cada mano dispuesta a que firme aquello sin saber ni de qué se trata. Para mi sorpresa uno de los papeles era mi autorización expresa para que me hagan una amniocentesis de la que ni siquiera me habían hablado. Así, como si nada. De aquella consulta salí con un cabreo tremendo que se convirtió al rato en un disgusto de dimensiones bíblicas y la firme convicción de que no volverían a verme el pelo.

Y entonces es cuando yo me pregunto para qué pago religiosamente mi cuota trimestral del seguro médico privado, que lo mío me cuesta.
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